Para aquellos que estamos metidos hasta las orejas en Comunicación Organizacional –el estudio sobre las prácticas comunicativas de todo tipo que se establecen, siempre e inevitablemente, en cualquier grupo reunido que trabaje en pos de un objetivo común-, es el pan de cada día hablar de la filosofía organizacional. Sabemos, casi mecánicamente, que está delineada por la misión de la empresa –su razón de ser, lo que hacen todo los día-, la visión –a dónde aspiran a llegar, su meta a mediano o largo plazo- y los valores –aquellos principios morales que dictan un código de conducta entre los miembros de la organización-.
En el entorno estrecho de los colegas, hay multitud de sobreentendidos y no nos detenemos a pensar si los de “afuera”, los que no pertenecen a este entorno de estudio o práctica de la comunicación pueden comprender de qué hablamos realmente o si se figuran que de nuestras bocas salen globos blancos, como en los diálogos de una historieta, repletos de signos indescifrables…
Por ello, para facilitar la lectura de este espacio a cualquiera que desee adentrarse en esta selva de sentidos y códigos que es la comunicación, decidí buscar diferentes formas de explicar de qué se trata tener una filosofía organizacional y para qué sirve.
Por suerte para mí, Ana María Puccinelli, profesora, periodista y consultora en capacitación decidió compartir alguna de sus ideas en este espacio infinito que es internet. Ana María expresa de manera inteligente y poética un concepto que suele convertirse en un espacio vacío a fuerza de repetirse hasta el hartazgo…
“Vivir la filosofía en la organización es tener un espacio de reflexión,
Por ello, para facilitar la lectura de este espacio a cualquiera que desee adentrarse en esta selva de sentidos y códigos que es la comunicación, decidí buscar diferentes formas de explicar de qué se trata tener una filosofía organizacional y para qué sirve.
Por suerte para mí, Ana María Puccinelli, profesora, periodista y consultora en capacitación decidió compartir alguna de sus ideas en este espacio infinito que es internet. Ana María expresa de manera inteligente y poética un concepto que suele convertirse en un espacio vacío a fuerza de repetirse hasta el hartazgo…
“Vivir la filosofía en la organización es tener un espacio de reflexión,
guiado por un filósofo, que convertirá este hacer en un hábito”
Sí… Así es, la filosofía organizacional cumple exactamente esa función, ser el tutor que guía al tallo débil del brote aún tierno para crecer en la dirección correcta. Contamos con estos enunciados (misión, visión y valores) porque son la expresión de nuestra identidad, lo que somos, lo que queremos lograr, en qué dirección deseamos crecer y de qué manera alcanzaremos nuestro propósito.
Ese espacio de reflexión es un ejercicio que debemos realizar frecuentemente, hasta que se convierta en un hábito saludable de autocrítica, que nos permitirá evaluar nuestros actos y corregir el rumbo cuando sea necesario para volver a la senda marcada.
Pero ¿Para qué querríamos tomarnos tantas molestias? Porque es inherente al hombre el deseo de mejorar y superarse a sí mismo, en primer lugar; y porque, finalmente, nuestra participación en esa agrupación suele revelar algo de nuestra esencia, un interés que es rasgo de nuestra personalidad, que también puede estar aderezado de un incentivo económico.
Ana vuelve a darme luz en este asunto y ella define a la filosofía organizacional como una “herramienta intelectual”. Efectivamente, la filosofía es un elemento intangible que sirve para “arreglar” o “ajustar” la operación de esa máquina viva que es la organización.
El hombre se ha valido a lo largo de su historia de más herramientas intangibles que de objetos concretos para lleva a cabo sus proyectos; y, en cualquier caso, esos mismos instrumentos materiales surgieron de una idea, de una o varias personas. Así se vuelve evidente el carácter construido del mundo en que vivimos: es producto de nuestras ocurrencias.
Nunca tanto como ahora, el mundo que nos rodea está plagado de objetos que debemos utilizar “correctamente” para entablar relaciones de todas clases, en lo personal o lo laboral. Pero la situación económica ubica en diferentes grados de acceso al objeto, y al conocimiento necesario, para manipularlo según las expectativas sociales.
Esta diferenciación entre los que controlan los objetos y los que no, marca un parte aguas muy particular que se ha dado en llamar la “brecha digital”.
FLC
Fuente
Sí… Así es, la filosofía organizacional cumple exactamente esa función, ser el tutor que guía al tallo débil del brote aún tierno para crecer en la dirección correcta. Contamos con estos enunciados (misión, visión y valores) porque son la expresión de nuestra identidad, lo que somos, lo que queremos lograr, en qué dirección deseamos crecer y de qué manera alcanzaremos nuestro propósito.
Ese espacio de reflexión es un ejercicio que debemos realizar frecuentemente, hasta que se convierta en un hábito saludable de autocrítica, que nos permitirá evaluar nuestros actos y corregir el rumbo cuando sea necesario para volver a la senda marcada.
Pero ¿Para qué querríamos tomarnos tantas molestias? Porque es inherente al hombre el deseo de mejorar y superarse a sí mismo, en primer lugar; y porque, finalmente, nuestra participación en esa agrupación suele revelar algo de nuestra esencia, un interés que es rasgo de nuestra personalidad, que también puede estar aderezado de un incentivo económico.
Ana vuelve a darme luz en este asunto y ella define a la filosofía organizacional como una “herramienta intelectual”. Efectivamente, la filosofía es un elemento intangible que sirve para “arreglar” o “ajustar” la operación de esa máquina viva que es la organización.
El hombre se ha valido a lo largo de su historia de más herramientas intangibles que de objetos concretos para lleva a cabo sus proyectos; y, en cualquier caso, esos mismos instrumentos materiales surgieron de una idea, de una o varias personas. Así se vuelve evidente el carácter construido del mundo en que vivimos: es producto de nuestras ocurrencias.
Nunca tanto como ahora, el mundo que nos rodea está plagado de objetos que debemos utilizar “correctamente” para entablar relaciones de todas clases, en lo personal o lo laboral. Pero la situación económica ubica en diferentes grados de acceso al objeto, y al conocimiento necesario, para manipularlo según las expectativas sociales.
Esta diferenciación entre los que controlan los objetos y los que no, marca un parte aguas muy particular que se ha dado en llamar la “brecha digital”.
FLC
Fuente
Quino
Mi gran pregunta a los comunicadores organizacionales (de los cuales soy un tránsfuga, lo reconozco) es: ¿qué hacer cuando la filosofía organizacional es una y los caprichos del dueño del capital —empresario— van por otro lado? Ejemplos claros en México tenemos muchos. Me referiré a uno: Grupo Salinas. La misión y la visión y todo su discurso institucional hablan de “bienestar”, pero cuando miras a los pobres empleados en una situación no muy lejana al esclavismo feudal te das cuenta de que toda esa parafernalia resulta, más que una incongruencia, una farsa. ¿Cómo comunicar a la organización una filosofía falsa o, a todas luces, perniciosa? Y éticamente: ¿cómo avalas una dinámica así? La segunda respuesta recae en el ámbito personal y eso depende de cada quien, pero el reto profesional planteado al inicio, ¿cómo se resuelve?
ResponderEliminarSaludos.
JLE
Sin duda, es una contradicción y una encrucijada ética. Creo que, como comunicadores y asesores de empresarios, directivos y gerentes, debemos hacer hincapié en lo perjudicial que es para la imagen de la empresa, y dañino para la eficiencia y productividad especialmente, ser incongruentes. Por lo demás, creo que es -en lo posible- decisión de cada quién colaborar con empresas de estas características.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.