Hace un par de días, alguien me comentó que un compañero de trabajo -con quien se encontraba en una junta importante- se vio en la necesidad de apagar su teléfono celular, porque no paraba de sonar o emitir señales de alerta por la llegada de correos o mensajes.
Por este motivo, una llamada realmente importante -concerniente a la salud de su hijo- no pudo ser atendida, y las personas que lo requerían debieron comunicarse con personal que se hallaba fuera de la reunión y solicitar que lo localizaran y dieran el mensaje urgente.
Esto me hace reflexionar sobre el uso que damos a estas increíbles herramientas que tenemos a nuestro alrededor. Son claramente útiles, nos acercan información y nos permiten comunicarnos más y mejor. Pero como todo elemento de apoyo para la realización de una tarea o actividad, debe ser utilizado con criterios.
El avance vertiginoso de las innovaciones, que nos caen por la cabeza en forma de avalancha a veces, impide la asimilación adecuada de cada una. Familiarizarse verdaderamente con cualquier objeto requiere tiempo, utilizarlo con destreza y ser consciente tanto de las ventajas como de los riesgos que implica su uso conlleva más o menos tiempo.
Cuanto más complejo es el instrumento mayor cantidad de tiempo requiere desarrollar un criterio de uso, para que sea efectivamente útil, en vez de una carga incontrolable que obstaculiza la vida cotidiana.
Tenemos a la mano los artilugios tecnológicos más avanzados y deslumbrantes, pero -por el momento- ellos nos gobiernan a nosotros. Aprender a seleccionar la información importante, elegir las conexiones que realmente requieren acceso no restringido a nosotros y escoger las vías de intercambio en función de la importancia o urgencia del mensaje, es parte de los criterios que debemos desarrollar para poder aprovechar el potencial de estas herramientas, y para evitar ser engullidos en la vorágine de la innovación frenética.
Florencia Caliendo